II. BASE CONCEPTUAL
Durante muchos años en los estudios sobre desastres había predominado la visión
de las ciencias de la naturaleza dedicadas al estudio de los fenómenos naturales potencialmente destructivos.
Al considerar que los desastres se derivan exclusivamente de la ocurrencia de fenómenos naturales que se
constituyen en amenazas, quienes han seguido esta línea estiman que son justamente los fenómenos
naturales los únicos elementos activos que determinan el carácter del riesgo y del desastre. Es decir,
parten de un claro determinismo físico. Es por ello que las investigaciones resultantes se centraban, de
manera casi exclusiva, en el estudio de los fenómenos como tales enfatizando, por un lado, el conocimiento
de su evolución y desarrollo, su monitoreo, su predicción y medición (ciencias exactas y naturales),
y por otro el estudio de los espacios, de los asentamientos diferenciales del terreno, de la mecánica de
suelos, dando especial atención a la elaboración de normas y la identificación de materiales
de construcción adecuados, entre otros (ciencias aplicadas).
La línea de investigación que han seguido estos científicos y tecnólogos, denominada
por algunos "enfoque tecnocrático", atribuye entonces el riesgo y el desastre a la naturaleza,
de ahí que los tipifiquen, en términos generales, como "desastres naturales". Son las manifestaciones
de aquélla, de la naturaleza, la variable independiente, el elemento activo a estudiar.
Este enfoque se ha mantenido como visión dominante en varios niveles. En él se han basado gran parte
de las investigaciones que se han realizado por décadas, así como las acciones tomadas por parte
de la mayoría de los organismos nacionales e internacionales directamente involucrados con la mitigación
de los desastres. Por otro lado, en él se ha basado también buena parte de los estudios sociológicos
que han incursionado en esos temas.
Los científicos sociales empezaron realizando investigaciones basadas en exámenes empíricos
sobre la conducta colectiva y la interacción social, siempre coyunturales, es decir, en periodos de emergencia.
Posteriormente se iniciaron esfuerzos sistemáticos dirigidos hacia la construcción de teorías
y conceptos sociales. Sin embargo, se mantenía la idea de que el fenómeno natural destructivo o la
amenaza era el agente activo que provocaba el desastre, de ahí que se consideraba que lo único importante
desde una perspectiva social era conocer y estudiar la respuesta de la sociedad. Basados fundamentalmente en la
teoría estructural-funcionalista de la sociología anglosajona, los seguidores de esta corriente conciben
a las sociedades en la armonía de su funcionamiento y en la integración de su estructura. Siendo
totalidades, sistemas cerrados y estables que tienden al equilibrio, cuyo elemento dinámico reside en el
concepto de función, los desastres se presentan como desestructuradores y desintegradores, por lo que las
respuestas sociales estarán siempre orientadas a la búsqueda del regreso a un estado de "estabilidad
o normalidad".
Esta línea, con variantes, se ha mantenido particularmente en Estados Unidos, y es la que aún a la
fecha domina buena parte del análisis social de los desastres. La que se podría considerar como la
posición más extrema, que mejor refleja el mantenimiento del enfoque dominante y la identificación
del fenómeno natural o la amenaza con el riesgo y el desastre, sería aquélla que para diferenciar
la magnitud de un desastre lo mide en términos de pérdidas. Mediciones de este tipo, expresadas en
datos monetarios ("más de un millón de dólares"), o en número de muertos
y heridos ("más de cien" o "más de mil"), pueden y de hecho han conducido a evaluaciones
erróneas.
Cada vez más abundantes y difundidos resultan otros modelos analíticos que, en general, se enmarcan
dentro del denominado "enfoque alternativo" para el estudio de los desastres, derivado de los marcos
teóricos y metodológicos de la economía política. Surgió al encontrar que los
modelos propuestos por el estructural-funcionalismo eran insuficientes, y al considerar que las sociedades no reflejan
una estabilidad y un equilibrio permanentes. Lo anterior fue posible después de llevar a cabo estudios de
caso en países del llamado "tercer mundo", los cuales mostraban realidades diferentes a aquéllas
derivadas de estudios de caso en el "primer mundo". Estas experiencias demostraron la necesidad de comprender
al riesgo y a los desastres no como productos, sino como procesos, es decir en una perspectiva diacrónica
o de largo plazo. Es en esta visión de largo plazo que el análisis histórico cobra toda su
importancia.
Los estudios llevados a cabo con base en esta visión han mostrado que los desastres asociados con la presencia
de determinadas amenazas, son sólo en parte atribuibles a la severidad de estas últimas. Han evidenciado
que los desastres son en gran medida producto de una construcción social del riesgo, derivada de las características
sociales y económicas de la sociedad afectada. De esta manera ha evolucionado la visión de que los
procesos económicos incrementan la vulnerabilidad de las poblaciones frente a fenómenos naturales
que se constituyen como amenazas y que, tanto las amenazas y el riesgo físico como la vulnerabilidad y la
construcción social del riesgo deben ser considerados como causantes del desastre. Estos estudios, a diferencia
de los caracterizados genéricamente como estructural-funcionalistas, visualizan al riesgo como un fenómeno
interno y no externo a la sociedad, de ahí el énfasis que imprimen en analizar la totalidad de factores
internos, los procesos históricamente determinados que intervienen en una determinada sociedad antes, durante
y después de presentarse una amenaza. Es decir, ponen un énfasis particular en la vulnerabilidad
socio-económica del contexto del desastre. De esta manera, el que un evento de origen natural se convierta
en un desastre, en muchas ocasiones depende en gran parte de las características globales de la sociedad
que recibe sus impactos, es decir, de las formas cómo se ha construido el riesgo y del grado de vulnerabilidad
de la sociedad en cuestión.
De todo lo anterior se deriva la posibilidad de distinguir claramente entre fenómeno natural o amenaza y
desastre, así como la necesidad de evitar emplear ambos términos como equivalentes. De hecho, algunos
fenómenos naturales son destructivos, pero no siempre causan desastre. El énfasis puesto en la vulnerabilidad
y en la construcción social del riesgo como agentes "activos" de los desastres asociados con amenazas
y no en estas últimas en sí, constituye una interpretación nueva, alternativa de los desastres.
Por ello mismo cuestiona incluso el uso del concepto "desastres naturales" (García Acosta 1995,
1997).
Sin embargo, el estudio del riesgo y, en su caso, del desastre, debe tener cuidado de considerar la interrelación
entre las variables y los procesos que conforman los patrones de vulnerabilidad, y la o las amenazas en cuestión.
Así el riesgo y la vulnerabilidad, como procesos en sí, se configuran como parte del encuentro de
procesos naturales y sociales con sociedades específicas y sus estrategias de gestión (Maskrey, 1998).
Las sociedades, históricamente, han desarrollado estrategias adaptativas culturalmente construidas, que
responden a una construcción del riesgo y a vulnerabilidades diferenciales, elaboradas en contextos socio-culturales
determinados y en momentos históricos específicos. Estas estrategias, que algunos estudiosos llaman
"estrategias de gestión", cuando están directamente relacionadas con el riesgo se canalizan
hacia la mitigación de la amenaza y la reducción de las vulnerabilidades. Al ser culturalmente construidas,
con frecuencia se enfrentan a patrones preestablecidos por la sociedad mayor, perdiendo su eficacia en ocasiones
previamente probada; al respecto la literatura antropológica ofrece diversos ejemplos (cfr. Torry 1978,
1986 y Oliver-Smith 1995).
Debe partirse así de una clara diferenciación entre, por un lado, las amenazas y, por otro, la construcción
del riesgo de desastre. Esta última es multifactorial y debe entenderse como un proceso en sí misma.
De ahí que el conocimiento tanto de la amenaza, como del contexto socio-cultural y el establecimiento del
grado de vulnerabilidad, entendida siempre como diferencial, así como la capacidad de recuperación
derivada directamente de ésta y las estrategias adaptativas, constituyen elementos claves para el análisis.
El enfoque holístico entonces plantea así la necesidad de considerar no sólo la interrelación
entre los procesos naturales y los sociales, sino también las formas en que ambos se influyen dialécticamente.
Si bien los anteriores son los planteamientos teóricos centrales alrededor de los cuales girará el
enfoque de este proyecto, a lo largo del desarrollo del mismo incursionaremos en visiones que las ciencias sociales
han adoptado para entender este tipo de fenómenos desde la perspectiva de la teoría del caos (Balandier,
1989, Çambel, 1993 y Gleick, 1987).